Este magazine está dedicado a los emprendedores de la vida. Pero qué significa la palabra emprendedor. Según el DRAE: un emprendedor es quien emprende con resolución acciones o empresas innovadoras. Y vaya si en la vida, si en el tránsito cotidiano por este planeta ponemos en acción el espíritu emprendedor para enfrentar nuevos retos, proyectos y alcanzar mayores logros.

Para enfrentar la vida diariamente debemos tener iniciativa, ser innovadores, creativos, asumimos actitudes de liderazgo en nuestro entorno, manejamos nuestras finanzas y trabajos, enfrentamos retos, solucionamos problemas, negociamos, tratamos de generar empatía, hacemos networking permanentemente, tomamos decisiones, asumimos riesgos, vivimos las consecuencias de nuestras acciones y muchas veces, pero muchas veces somos resilientes, sin darnos cuenta. Intentamos entender y manejar nuestras emociones. Todo esto dentro de nuestra esfera afectiva, social y económica. Y no está demás dejar salir la pasión en el día a día.

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TZVETAN TODOROV: Un viaje a (La) Argentina

Aporte de la Prof. Elsa Scopazzo

Adjunto un artículo de TZVETAN TODOROV un filósofo,
lingüísta y sociólogo búlgaro 
que vivió en Francia y falleció el 7 de febrero de 2017, París, Francia.
Fue muy importante para los estudiosos de las ciencias sociales en los últimos tramos del SIGLO XX. 
Con motivo de su visita en el 2010 a la Argentina y luego de haber visitado el Parque de la MEMORIA,
 escribió este artículo
que es una mirada no complaciente , urticante y por momentos incómoda 
sobre lo que los argentinos pensamos sobre el proceso militar,
 el terrorismo de estado 
y a acción de los movimientos guerrilleros.

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TRIBUNA:LA CUARTA PÁGINA

Diario El País - Febrero 2017- España
Un viaje a Argentina
Una sociedad necesita conocer la Historia, no solo tener memoria. En el caso argentino, un terrorismo revolucionario precedió al terrorismo de Estado de los militares, y no se puede comprender el uno sin el otro




En noviembre de 2010, fui por primera vez a Buenos Aires, donde permanecí una semana. Mis impresiones del país son forzosamente superficiales. Aun así, voy a arriesgarme a transcribirlas aquí, pues sé que, a veces, al contemplar un paisaje desde lejos, divisamos cosas que a los habitantes del lugar se les escapan: es el privilegio efímero del visitante extranjero.

He escrito en varias ocasiones sobre las cuestiones que suscita la memoria de acontecimientos públicos traumatizantes: II Guerra Mundial, regímenes totalitarios, campos de concentración... Esta es sin duda la razón por la que me invitaron a visitar varios lugares vinculados a la historia reciente de Argentina. Así pues, estuve en la ESMA (Escuela Mecánica de la Armada), un cuartel que, durante los años de la última dictadura militar (1976-1983), fue transformado en centro de detención y tortura. Alrededor de 5.000 personas pasaron por este lugar, el más importante en su género, pero no el único: el número total de víctimas no se conoce con precisión, pero se estima en unas 30.000. También fui al Parque de la Memoria, a orillas del Río de la Plata, donde se ha erigido una larga estela destinada a portar los nombres de todas las víctimas de la represión (unas 10.000, por ahora). La estela representa una enorme herida que nunca se cierra.

Los Montoneros y otros grupos asesinaban, secuestraban, atracaban y volaban edificiosEl genocidio camboyano mató al 25% de la población. La represión argentina, el 0,01%

El término "terrorismo de Estado", empleado para designar el proceso que conmemoran estos lugares, es muy apropiado. Las personas detenidas eran maltratadas en ausencia de todo marco legal. Primero, las sometían a unas torturas destinadas a arrancarles informaciones que permitieran otros arrestos. A los detenidos, les colocaban un capuchón en la cabeza para impedirles ver y oír; o, por el contrario, los mantenían en una sala con una luz cegadora y una música ensordecedora. Luego, eran ejecutados sin juicio: a menudo narcotizados y arrojados al río desde un helicóptero; así es como se convertían en "desaparecidos". Un crimen específico de la dictadura argentina fue el robo de niños: las mujeres embarazadas detenidas eran custodiadas hasta que nacían sus hijos; luego, sufrían la misma suerte que el resto de los presos. En cuanto a los niños, eran entregados en adopción a las familias de los militares o a las de sus amigos. El drama de estos niños, hoy adultos, cuyos padres adoptivos son indirectamente responsables de la muerte de sus padres biológicos, es particularmente conmovedor.

En el Catálogo institucional del parque de la Memoria, publicado hace algunos meses, se puede leer: "Indudablemente, hoy la Argentina es un país ejemplar en relación con la búsqueda de la Memoria, Verdad y Justicia". Pese a la emoción experimentada ante las huellas de la violencia pasada, no consigo suscribir esta afirmación.

En ninguno de los dos lugares que visité vi el menor signo que remitiese al contexto en el cual, en 1976, se instauró la dictadura, ni a lo que la precedió y la siguió. Ahora bien, como todos sabemos, el periodo 1973-1976 fue el de las tensiones extremas que condujeron al país al borde de la guerra civil. Los Montoneros y otros grupos de extrema izquierda organizaban asesinatos de personalidades políticas y militares, que a veces incluían a toda su familia, tomaban rehenes con el fin de obtener un rescate, volaban edificios públicos y atracaban bancos. Tras la instauración de la dictadura, obedeciendo a sus dirigentes, a menudo refugiados en el extranjero, esos mismos grupúsculos pasaron a la clandestinidad y continuaron la lucha armada. Tampoco se puede silenciar la ideología que inspiraba a esta guerrilla de extrema izquierda y al régimen que tanto anhelaba.

Como fue vencida y eliminada, no se pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido su victoria. Pero, a título de comparación, podemos recordar que, más o menos en el mismo momento (entre 1975 y 1979), una guerrilla de extrema izquierda se hizo con el poder en Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de alrededor de un millón y medio de personas, el 25% de la población del país. Las víctimas de la represión del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas, representan el 0,01% de la población.

Claro está que no se puede asimilar a las víctimas reales con las víctimas potenciales. Tampoco estoy sugiriendo que la violencia de la guerrilla sea equiparable a la de la dictadura. No solo las cifras son, una vez más, desproporcionadas, sino que además los crímenes de la dictadura son particularmente graves por el hecho de ser promovidos por el aparato del Estado, garante teórico de la legalidad. No solo destruyen las vidas de los individuos, sino las mismas bases de la vida común. Sin embargo, no deja de ser cierto que un terrorismo revolucionario precedió y convivió al principio con el terrorismo de Estado, y que no se puede comprender el uno sin el otro.

En su introducción, el Catálogo del parque de la Memoria define así la ambición de este lugar: "Solo de esta manera se puede realmente entender la tragedia de hombres y mujeres y el papel que cada uno tuvo en la historia". Pero no se puede comprender el destino de esas personas sin saber por qué ideal combatían ni de qué medios se servían. El visitante ignora todo lo relativo a su vida anterior a la detención: han sido reducidas al papel de víctimas meramente pasivas que nunca tuvieron voluntad propia ni llevaron a cabo ningún acto. Se nos ofrece la oportunidad de compararlas, no de comprenderlas. Sin embargo, su tragedia va más allá de la derrota y la muerte: luchaban en nombre de una ideología que, si hubiera salido victoriosa, probablemente habría provocado tantas víctimas, si no más, como sus enemigos. En todo caso, en su mayoría, eran combatientes que sabían que asumían ciertos riesgos.

La manera de presentar el pasado en estos lugares seguramente ilustra la memoria de uno de los actores del drama, el grupo de los reprimidos; pero no se puede decir que defienda eficazmente la Verdad, ya que omite parcelas enteras de la Historia. En cuanto a la Justicia, si entendemos por tal un juicio que no se limita a los tribunales, sino que atañe a nuestras vidas, sigue siendo imperfecta: el juicio equitativo es aquel que tiene en cuenta el contexto en el que se produce un acontecimiento, sus antecedentes y sus consecuencias. En este caso, la represión ejercida por la dictadura se nos presenta aislada del resto.

La cuestión que me preocupa no tiene que ver con la evaluación de las dos ideologías que se enfrentaron y siguen teniendo sus partidarios; es la de la comprensión histórica. Pues una sociedad necesita conocer la Historia, no solamente tener memoria. La memoria colectiva es subjetiva: refleja las vivencias de uno de los grupos constitutivos de la sociedad; por eso puede ser utilizada por ese grupo como un medio para adquirir o reforzar una posición política. Por su parte, la Historia no se hace con un objetivo político (o si no, es una mala Historia), sino con la verdad y la justicia como únicos imperativos. Aspira a la objetividad y establece los hechos con precisión; para los juicios que formula, se basa en la intersubjetividad, en otras palabras, intenta tener en cuenta la pluralidad de puntos de vista que se expresan en el seno de una sociedad.

La Historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables. Si no conseguimos acceder a la Historia, ¿cómo podría verse coronado por el éxito el llamamiento al "¡Nunca más!"? Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable, está preparando el retorno de la violencia, revestida de un vocabulario nuevo, adaptada a unas circunstancias inéditas. Comprender al enemigo quiere decir también descubrir en qué nos parecemos a él. No hay que olvidar que la inmensa mayoría de los crímenes colectivos fueron cometidos en nombre del bien, la justicia y la felicidad para todos. Las causas nobles no disculpan los actos innobles.

En Argentina, varios libros debaten sobre estas cuestiones; varios encuentros han tenido lugar también entre hijos o padres de las víctimas de uno u otro terrorismo. Su impacto global sobre la sociedad es a menudo limitado, pues, por el momento, el debate está sometido a las estrategias de los partidos. Sería más conveniente que quedara en manos de la sociedad civil y que aquellos cuya palabra tiene algún prestigio, hombres y mujeres de la política, antiguos militantes de una u otra causa, sabios y escritores reconocidos, contribuyan al advenimiento de una visión más exacta y más compleja del pasado común.



Tzvetan Tódorov (en búlgaro, Цветан Тодоров; Sofía, 1 de marzo de 1939-París, 7 de febrero de 2017)1 fue un lingüista, filósofo, historiador, crítico y teórico literario de expresión y nacionalidad francesa.

[...] no se trata de establecer una verdad (lo que es imposible) sino de aproximársele, de dar la impresión de ella, y esta impresión será tanto más fuerte cuanto más hábil sea el relato...[cita requerida]

Fue hijo de bibliotecarios de Sofía, y se educó en la Bulgaria comunista. A partir de 1963 residió en Francia, adonde fue a estudiar en principio por un año,2 pero se quedó definitivamente en ese país, apoyado luego por Roland Barthes.

Todorov fue profesor y director del Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje, en el Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS), en París. También dio clases en Yale, Harvard y Berkeley.

Tras un primer trabajo de crítica literaria dedicado a la poética de los formalistas rusos, su interés se extendió a la filosofía del lenguaje, disciplina que concibió como parte de lasemiótica o ciencia del signo en general. De su obra teórica destaca la difusión del pensamiento de los formalistas rusos. Más tarde, dio un giro radical en su investigación, y en sus nuevos textos historiográficos predomina el estudio de la conquista de América y de los campos de concentración en general, pero también el estudio de ciertas formas de la pintura. Sin embargo, lo que sobresale una y otra vez son sus recorridos por el pensamiento ilustrado, por sus orígenes y sus ecos de todo tipo: Frágil felicidad, Nosotros y los otros,Benjamin Constant, El jardín imperfecto o El espíritu de la Ilustración.

Tódorov fue un hombre de las dos Europas, Este y Oeste, que enseñó también en Estados Unidos. Se definía a sí mismo como un «hombre desplazado»: había partido de su país de origen y tenía una mirada nueva y sorprendida respecto del país de llegada. Desde esa perspectiva enriquecida hablaba en sus libros de la verdad, el mal, la justicia y la memoria; del desarraigo, del encuentro de culturas y de las derivas de las democracias modernas. Repasaba su vida en Bulgaria y Francia, su amor por la literatura, su alejamiento del estructuralismo y del apoliticismo. Explicaba su humanismo crítico, su extrema moderación, su disgusto por los maniqueísmos y las cortinas de hierro. Su obsesión —quizá debida al pasaje de una nación a otra— era atravesar fronteras, saltar barreras, unir ámbitos en apariencia inconciliables, ya se tratase de lenguas, culturas o disciplinas. Le interesaban los puntos de encuentro, los matices, las «zonas grises». Es allí donde buscaba la respuesta a una única pregunta: ¿Cómo vivir?

Tódorov criticó con dureza el pensamiento neoconservador y ultraliberalismo de los actuales estados democráticos que, según él, tienen los mismos rasgos que edificaron elestalinismo y el fascismo.3 En La experiencia totalitaria, como señaló en El País (10-10-10), tras repasar la situación antigua de Bulgaria, muestra cómo abrazan en los países del Este la doctrina ultraliberal, que es una cruzada en la que se afirma que la historia no existe.

En 2008 le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales por representar «el espíritu de la unidad de Europa, del Este y del Oeste, y el compromiso con los ideales de libertad, igualdad, integración y justicia».


LA LECCIÓN MORAL DE T. TODOROV

Eduardo Fidanza para La Nación - 11 febrero 2017- Bs. As. Argentina

La muerte de Tzvetan Todorov es una oportunidad propicia para reflexionar sobre una categoría vetusta, en un mundo signado por el ocaso de las certezas y las escalas de valor: la moral. Desde la utopía positivista, que pretendía erigir una ciencia de la moral, hasta la caída de los grandes relatos y la idea de progreso que trajo la posmodernidad, el vínculo de los individuos y las sociedades con los valores se tornó cada vez más problemático. Prevalecen nuevas subjetividades; otro ritmo, instantáneo y desprejuiciado, marca el pulso de las masas del siglo XXI. La sociedad se desordena, pero el desorden, paradójicamente, parece asegurar su funcionamiento, como observó Gilles Deleuze.

¿Qué puede ser, en estas condiciones, una "lección moral" válida, que no huela a pura retórica? Leer a Todorov ofrece una respuesta: sus argumentos actualizan la ética, reconcilian el pasado con el presente, la ciencia con los valores, la memoria con la historia, la incertidumbre con la experiencia. Pero, además, este filósofo, preocupado por problemas históricos y universales, se hizo tiempo para escribir una reflexión sobre el pasado reciente del país.

No es el propósito de esta columna trazar la biografía de Todorov. Bastan unos pocos rasgos de identidad: búlgaro de nacimiento, adquirió la lengua y la inspiración intelectual francesa con la que hizo carrera en París, iniciándose en el círculo de Roland Barthes. La lingüística y la teoría literaria, que fueron sus intereses iniciales, se ampliaron hasta abarcar una visión que incluyó las ciencias sociales, la filosofía, la historia y las relaciones entre las culturas, entre otros temas. Si hubiera que definir su orientación de fondo, acaso podría buscársela en un neologismo, que él rescató del pensador ruso Mikhail Bajtin: la "exotopía". Este término, de apariencia compleja, habla de una cualidad y de un tormento: el de aquellos que no pertenecen a una cultura determinada. Los que, por razones diversas, "no son de aquí ni son de allá", parafraseando la letra que popularizó Facundo Cabral al principio de los setenta.

Todorov era uno de ellos: un búlgaro exiliado en Francia que, identificándose con Tucídides, se consideraba apto para comprender con lucidez ambas culturas por "haber vivido lejos de la patria", como consignó el autor de la guerra del Peloponeso. Pero la lejanía física es apenas una metáfora de una operación más compleja e íntima, para la que no se necesita mudar el cuerpo, sino la percepción: se trata, para Todorov, "de apartarse progresivamente -aunque no del todo- del grupo de origen". Es el camino del autoexilio, del distanciamiento respecto de las certezas ideológicas del clan para mirar a los otros con benevolencia, sin prejuicios. Algo así como una ascesis del etnocentrismo. Es comprensible entonces que esa sensibilidad le haya permitido anticiparse a la tragedia de los inmigrantes, que hoy explotan los nacionalismos, cuando sostuvo: "Este miedo a los inmigrantes, al otro, a los bárbaros, será nuestro gran primer conflicto en el siglo XXI".

Con ese desasimiento, Todorov aborda el papel de los intelectuales. Los pone, sin pretensión de originalidad, bajo la inspiración socrática: ellos, a los que considera seres morales por excelencia, deben ejercer una función crítica de la vida pública y del poder. Son los tábanos contemporáneos que eluden condenar el presente, retornar al pasado, servir orgánicamente al Estado o a la revolución. "El intelectual crítico -escribe Todorov- no se contenta con pertenecer a la sociedad, actúa sobre ella, intentando acercarla al ideal del que se vale. Actuar de esta manera es más que un derecho: es un deber que le ha sido impuesto por el mismo lugar que ocupa en el seno de la sociedad democrática." En el cumplimiento de esa misión, sin embargo, el intelectual de Todorov se coloca en un lugar incómodo porque no acepta la simple verdad por adecuación a los hechos de la ciencia ni la verdad revelada del militante político. Aspira, por el contrario, a una verdad de descubrimiento y de consenso a la que se llega por la reflexión y el diálogo.

La relación entre la historia y la memoria remata esta semblanza de Tzvetan Todorov. La preocupación por la "justa memoria", un tema compartido con Paul Ricoeur, lo llevó a concluir que en la búsqueda de justicia ante las atrocidades, la memoria puede volverse miope y maniquea, sofocando a la historia, que aspira a la objetividad por medio de la reconstrucción del contexto en que sucedieron los acontecimientos. Esa fue su impresión, que no puede sorprender, cuando lo invitaron a recorrer la ESMA y el Parque de la Memoria en 2010: falta el resto de la historia. Eso no significa equiparar al terrorismo de Estado con la guerrilla, sino abrirse paso a una dificultosa verdad que incluya a todos, despojada de las miserias de la ideología y el etnocentrismo.

Es duro enterrar a Todorov y ver cómo se vitorea a Trump. Aflige la prepotencia del poder y la incertidumbre de los valores. Pero la lección moral de un filósofo, como ha ocurrido siempre, estará disponible para los que quieran arriesgarse a enarbolarla. No es un compendio de autoridad y normas, sino, en palabras de Maurice Blanchot, el grito de rebeldía de un humanismo originario.

293º OTRO GIRO DEL CALEIDOSCOPIO DEL MARTES 7 DE FEBRERO DE 2017

AUDIO DEL PROGRAMA DEL MARTES 7 DE FEBRERO DE 2017


Visitaron Otro Giro del Caleidoscopio Mónica Witthaus y Rodrigo González Lonzieme, ambos abogados Agentes de la Propiedad Industrial y Derechos Intelectuales
54 11 4372 1102

54-11 5218-9485

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Micro Tiempo de Propósito por la Mentora Inés Cinacchi
Su tema: Diferenciar queja de reclamo